20 de marzo 2024
EN LA MONTAÑA HAY UNA FLOR
Cuerpo-problema con Iniciativa Sexual Femenina
En lo alto de la montaña hay una flor resplandeciente y oscura, protegida por miles de cuerpos rotos y contenidos (el pelo en su sitio, la sonrisa bien dibujada, las carnes sin temblor, el error atado, la caída controlada, el disfrute medido, la arruga planchada y el calcetín sin agujeros). La luz se vuelve clara en la cumbre a medida que la carne se despierta y empieza a desear. Un cuerpo dice sí, un sí radical que permite dar cabida a lo que crece, probarlo y ver qué pasa. Un cuerpo va detrás del otro, influye, sostiene y contagia. Son los cuerpos de las demás, cuanto más despiertan ellos, más despierto yo. Cuanto más violentos son, más confío yo en la flor.
No sé a dónde voy con este primer párrafo, hay algo que se ha quedado rondándome desde noviembre, hace ya cuatro
meses, unos impulsos eléctricos que no paran, pero que tampoco explotan ni me queman. Me mantienen vibrante
y más punzante que nunca.
Te hablo primero a ti, sentiste que habías usado demasiada fuerza tocando el cuerpo de otra persona y en tu
cabeza apareció la palabra “inadecuada”, en luces rojas parpadeantes. Usar demasiada fuerza, dice esa
voz interna tan convincente, significa no ser cuidadosa, no ser correcta, ser impulsiva. En definitiva,
no ser lo que se supone que debes ser.
Luego tú que te quedaste paralizada ante la energía que desplegaba tu compañera pensando
¡qué inadecuada es! Te pasa que cuando notas que el deseo de la otra persona lo ocupa
todo y no deja hueco al tuyo, te alejas. Te cuesta proponer otro diálogo que pueda
combinar vuestros deseos porque esto produce conflictos y tú no quieres conflictos.
Y a ti, te dolían los hombros de los golpes y los tobillos de los saltos que diste
mientras sonaba “Me gusta ser una zorra” de las Vulpes. Te quejaste sobre lo
fuerte que iba una compañera en el pogo porque buscaba demasiado el
contacto (“era poco cuidadosa”). Mientras, tú te quedabas en los
márgenes dejándote impactar, aunque también dando algún
empujón rabioso. Cualquier espectador desinformado
podría tener la impresión de que las mujeres que
lo bailaban se estaban atacando, pero nada
que ver. Hay goce y diversión, si tú así
lo quieres.
Ahora hablaré de ti y de tus huesos. No esperabas
que una desconocida acariciara tu piel, tu grasa
y músculos, percutiera en tus huesos, los
acogiera con fuerza entre sus manos.
Quizás había algo de incomodidad,
algo de pudor, pero también había
entrega, ganas de estar en
ese instante y que no
acabara.
Y para ti. Te imagino bailando desenfrenadamente,
rodeada por todo el grupo que juega contigo, que
te anima y te jalea para que cojas fuerzas,
sigas retorciéndote, saltando y jadeando.
Deprisa, ve a probarlo, agarra fuerte
esa sensación de estar en el centro,
en la garganta de un gran animal
que respira intensamente
después de una buena carrera
tras su presa. Estás ahí, todos te
miramos y todas las miradas pasan
rápido a la velocidad de tus giros,
solo queda en tus pupilas la
impresión de rostros
desdibujados llenos
de dientes y enrojecidos
de la risa.
Practicamos poco la violencia (no estamos hablando
de lo agresivo) ¡practicamos tan poco ser inadecuadas!
Un cuerpo violento es aquel que manifiesta un uso
no apropiado de la fuerza, un acto desmesurado
que está fuera de lugar en una clase,
en una reunión, en un curso, por la calle,
con ciertas amistades, en el hall de un
hotel, en los pasillos de un hospital.
Ser inadecuada nos permite
explorar límites,
poner en cuestión,
descreer las normas,
desactivar el
automatismo
del agrado.
Podemos
reivindicar
una
corporalidad
violenta,
no con el deseo
de dañar,
pero
justamente
con
eso,
con
deseo.
Texto de Estefanía García