Taller con Josep María Aragay

2 de Julio 2023

SILENCIO, MENTIRAS Y CUERPOS EN LLAMAS

De las palabras biempensantes a las acciones indisciplinadas con Josep María Aragay Borràs.

empieza la sesión 

10:30 

se produce un silencio demasiado breve

10:35

aparece el abismo 

de nuestras expectativas no cumplidas

el silencio lo deja ver todo

alguien se pone nerviosa

“a mí me incomoda el silencio”

más nervios 

(hace frío)

“cuanto más se habla menos se dice”

ocupar la palabra con insistencia

y con resistencia nos convierte en bufones

queremos que el espectáculo de máscaras acabe

                  queremos que callen                                             

                             pero callamos

                  el espacio se tensa

(hace frío)

“me aburro de mí mismo y también de vosotras”

¡oh! Virgen del Fuego, llévame contigo

porque nuestras heridas necesitan tus ofensas

(hace frío)

queremos que nos dé el sol

“estamos todas incómodas”

nos movemos por el espacio

dibujando remolinos

sin parar

sin permisos

“mi fuerza es nunca sentirme en casa”

12:38

se genera el primer silencio profundo y breve

¿qué título le pondrías a lo que ha pasado hasta ahora?

“no he entendido nada”

“avui wu wei”

“desbrozar el silencio”

Imagina un campo abandonado, lleno de malas hierbas que no dejan ver más allá. Es una escena desenfocada, borrosa, extraña e incómoda. Durante el comienzo de la sesión se tiene que trabajar arduamente con la hoz, no hay dinero para una desbrozadora. El trabajo es duro, desagradecido, kafkiano. La verborrea y la impaciencia son las malas hierbas. Aunque no hay que olvidar que las malas hierbas no existen, solo que no convienen o no producen. Alguien escribe en la pizarra: ¿Qué tipo de silencio hay? ¿Qué permite? Este es uno, no elegido, imprevisto, un silencio que se abre paso a empujones y provoca destrucción o fascinación.

Imagina ahora una instalación de entrenamiento de profesionales, llena de bañeras con hielo y demás artilugios que te mejoran a cambio de sufrimiento. Aquí el frío viene de reconocerte a ti misma en algo que no quieres ser, eran las contradicciones y dudas que habitan en ti, era el enfrentamiento de tú contra tu rol, la incomodidad del silencio, el cansancio del cuestionamiento constante, no saber, no entender.

La mayor parte de nuestra vida intentamos ser comprendidas y hacer lo que se espera de nosotras para que nos quieran, salirse de esta senda conlleva riesgos, supone coger la hoz y desbrozar lo superficial, lo biempensante, lo acomodado. La mayor parte del tiempo, vivimos en una balsa de aceite. Nos limitamos a realizar nuestro trabajo sin grandes cuestionamientos. Seguimos el ritmo de la vida sin parar ni escuchar. Y de pronto, estamos en este encuentro transitando lo tenebroso de tomar riesgos y derrapar. Sin nada que hacer, con hambre, frío y desconcierto. 

Imagina que estás con nosotras en Vilafranca, en una sala del albergue alargada, fría y poco acogedora, perfecta para hacerte sufrir. Ahora mismo coge este texto y sigue leyendo, pero en una postura desagradable: ponte un jersey de lana en pleno verano, escucha una de las canciones que están en el texto a un volumen extremo, lee sin gafas siendo miope o con las gafas de otra persona. 

La incomodidad, que tú puedes estar sintiendo ahora, para nosotras estuvo muy presente durante la sesión, nos reveló quiénes somos, cómo estamos, qué esperamos de los demás, qué esperamos de nosotras mismas, cómo es de fina nuestra piel o qué estrategias tenemos para que no se nos vean los tomates de los calcetines, es decir, esos miedos que nos imposibilitan vivir. ¿Desde cuándo las cosas fáciles dan mejor resultado que las difíciles? 

A veces creemos que lo nuestro es tan legítimo que no escuchamos a las personas ni lo que pasa. ¡Esta es mi burra, y primo, no me bajo! Otras, el pecho se nos cierra a cal y canto, los brazos intentan sujetar todo lo que se remueve por dentro. E incluso, en ocasiones, permanecemos protegidas, observando con lupa y dispuestas a usar el martillo de juez. Somos, la mayor parte del tiempo, cabezas parlantes de pechos cerrados que cuando se nos incomoda nos revolvemos y nos escuecen las heridas. 

Cuando la clase no tira, culpamos al alumnado que no responde o que habla mucho. Cuando la sesión no tira, culpamos al profesional que está anunciado en el cartel. La sesión no tira y nos sentimos defraudadas, aunque nosotras seamos artífices y responsables de lo que ocurre.  Es como llegar a un restaurante del que te han hablado muy bien y te ponen de primero un plato de fruta con caca, fruta deliciosa, fragante, colorida, pero con un pequeño toquecito de caca. No te lo esperas, la verdad. Desprecias al cocinero que haya preparado esto y piensas que es indigno para alguien como tú. ¿Qué clase de restaurante (formación) es esta? El cocinero ha sido arriesgado e irreverente y tú te has ofendido rápido. Pero, lo cierto es que se ha producido una sorpresa que agita tus papilas gustativas y que te ha despertado del letargo de la comodidad, no te gusta la receta pero te sienta bien.

Y ahora, piensa en un cuerpo entrando en calor. Se mueve como si las zapatillas sonasen en el parqué, avanza, retrocede y para en seco. Este cuerpo se sitúa o lo situamos en el rol de entrenador, esperamos de él instrucciones. Cada vez que interviene lanza un balón en llamas que le queman y que alcanzan al que lo recibe, pero dependiendo de cómo lo recibas, el fuego es capaz de generar nuevas preguntas desde las cenizas o no.

El calor de este cuerpo contrasta con el frío de los demás. Su calor emana del fuego interno, del posicionamiento político como profesional. Algo innegociable, irrenunciable (el qué y el para qué): hacia dónde voy, qué me inspira y cuáles son mis posicionamientos. Tres cuestiones que asientan lo que somos y que se refleja en lo que hacemos. Qué preocupante, piensa alguien, no poder responder. Es posible que no queramos arder, pero tampoco queramos meternos en una bañera de hielo, se siente en el pecho algo que se remueve, no lo puedes atrapar, no lo puedes nombrar. Ese fuego tiene la capacidad de provocar a los demás y también de destruir a quien lo emite, tiene el don de amar por siempre y odiar frontal

Para encontrar la forma de remover lo personal, encarna el rol profesional como si fuera un mediador entre los fantasmas de lo incómodo y nosotras. Se viste de picador, de entrenador, de chico llorando la muerte de su padre, de discapacitado, de impotente, de agresor, de perdedor o de triunfador con la única intención de atravesar las corazas que durante los años que tenemos de vida hemos ido construyendo para que no se nos vea. Esa forma de encarnar lo profesional es desconcertante e inspiradora, siempre lo es poder abandonar el ego por unos instantes para estar al servicio de algo más grande, de la inspiración, el posicionamiento, el fuego interno.

Como buena sesión tenebrosa tuvo puntos ciegos, borrosos y pantanosos. También los tuvo reveladores y auténticos. Sin duda fue una sesión extraña que ha dejado un eco intenso de cuestionamientos. Puede ser que la irreverencia no sea lo más habitual para generar aprendizajes, pero sin duda interrumpe nuestras ideas biempensantes.

Por último, imagina que nos dejamos vencer por la comodidad y salimos a pasear juntos por el bosque de Vilafranca, imagina que dejamos atrás las bañeras de hielo, las llamas, los brazos tensos y las cabezas parlantes. Hubiéramos pasado un sábado estupendo, pero no sabemos si el eco duraría todavía largo e intenso. 

Dibujos de Amir Moliner

Texto de Amir Moliner, Tere Verdes y Estefanía García