28 de agosto 2023
UN GIRO DE GUION
Caminar como estrategia de aprendizaje con el colectivo La Liminal
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Hoy es sábado 1 de julio. Hace unas semanas recibimos un correo en el que se nos invitaba a llegar caminando al museo, con el objetivo de poder empezar la sesión compartiendo con las demás participantes lo que nos ha llamado la atención de este breve, o largo, paseo hasta encontrarnos. Estamos en el claustro del museo, nos dan pautas, haced un círculo grande que acoge a un círculo más pequeño dentro…se llama un “speed dating», nos marcan unos tiempos y la orientación del giro. Vamos a hablar entre nosotras de cómo ha sido ese paseo hasta aquí. Lo llamativo es que los tiempos marcados desde fuera empiezan a no cuadrar con el ritmo del grupo, las participantes se muestran rebeldes. Se oye la palabra desconectada, espai familiar, no me gusta ir lenta, yo sóc Aída, hasta que lo necesitas, mucho contraste, no hay casi bancos...
En el grupo hay gente que ha venido en coche y que ha intentado aparcar un poco más lejos de lo habitual, gente que ha venido caminando algo apresurada, gente que salió de casa hace unas cuantas horas para llegar a Castellón en tren. Todas tienen algo que contar porque algo han percibido en el trayecto, algo tienen que ofrecer, aunque pensaran antes de empezar que no lo tenían. Solo nos hace falta que nos manden observar, detener el paso para caer en la cuenta de que a nuestras experiencias cotidianas en la ciudad les falta conciencia, estamos desarmadas ante nuestra propia vivencia.
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¿Cómo mujer puedo ponerme en la piel de un flâneur, señor burgués que se permite ir a su ritmo y ser el centro y espectador del mundo?
Aparentemente las mujeres tenemos derecho a recorrer cualquier lugar, pero parece que no lo hacemos puesto que existen unos condicionantes de género que dificultan este movimiento expansivo y despreocupado por el espacio público: circulamos, pero no por todas sus áreas ni a cualquier hora, especialmente las nocturnas, no solemos hacerlo solas, sin compañía de parejas, amigas o familiares. ¿Esta merma en la libertad de ser una flâneuse en el espacio público tiene algún tipo de símil en cómo nos movemos en nuestros espacios profesionales? No nos sentimos como en casa en el espacio público, ¿es así también en el espacio institucional?, ¿qué implicaciones tiene?, ¿qué dice de nosotras?
En este taller sobre el caminar como estrategia de aprendizaje, la asistencia fue mayoritariamente femenina, como en casi todos los otros talleres. Teníamos un clima perfecto, una ciudad llana y asequible, gente con ganas de aprender, pero gran parte del tiempo lo pasamos en una sala cerrada teorizando. Podríamos habernos permitido ser flâneuses en Castellón, pero no lo hicimos. ¿Por qué? Qué oportunidad tan grande perdimos de cansarnos, de experimentar con el cuerpo, de salir de las cabezas, de transitar los conocimientos mediante el sudor, de ponernos en el centro a pesar de la incomodidad que eso puede conllevar. La deriva en su esencia es irreverente, es espontánea, es juguetona, es provocadora, irrumpe los dictados cotidianos, expande los significados. No sé vosotras, pero yo estoy deseando que algo me arrebate, me sacuda y no me deje indiferente.
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Bienvenidas a Castellón, una ciudad en la que puedes encontrar balcones que parecen ataúdes, palos en las sillas de ruedas, un museo de coches sucios, gente en contra de las palomas, bancos incómodos y ardientes, postes en lucha, asociaciones juveniles sospechosas, bambúes olvidados, un trocito de Galicia, reuniones clandestinas en peluquerías, tiendas con carteles “solo en efectivo”, una plaza multicapa, la evidencia del sin sentido del reciclaje. En nuestros paseos se activaron hallazgos fortuitos que más tarde compartimos con el grupo. Durante 45 minutos todas caminamos por calles parecidas, nos alejamos muy poco del museo. Cuando estás atenta y con una predisposición a observar y descubrir no te hace falta ir muy lejos. Te hace falta poco para hallar mucho.
Como formadoras podemos caer en la trampa de querer hacer y hacer e ir con prisa. Sin embargo, existe la posibilidad de usar el espacio y tiempo que tenemos marcado para expandirnos sin necesidad de grandes piruetas. Da un trocito de espacio, deja que se explore, se le hagan preguntas y se juegue, no se necesita más.
Una clase con camas, en vez de pupitres. Quién ha dicho que para aprender haya que estar sentado. Una clase vacía. Quién ha dicho que para aprender hay que estar quieto. Una clase en el parque. Quién ha dicho que para aprender hay que hacerlo en un espacio cerrado. Quién ha dicho que la escuela tiene que ser esto. Después de tantas décadas, con un mundo y unas cabezas muy distintas, las escuelas siguen siendo prácticamente iguales. Sueño con una clase atravesada por un río, una clase en la que te puedas remojar los pies o zambullirte en agua helada cuando necesites despertar. Es a esto a lo que yo llamaría metodologías activas.
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Para caminar hace falta respirar, para respirar no hace falta hacer nada, para hacer nada hace falta silencio, para estar en silencio hace falta dejar espacio, para dejar espacio hace falta no ser el centro, para no ser el centro hace falta distancia, para tener distancia hace falta el humor, para reír hace falta la voz, para tener voz hace falta garganta, para experimentar tu garganta hace falta gritar, para gritar hace falta el eco, para sentir el eco hace falta huecos y paredes, para trazar huecos y paredes hace falta un mapa, para dibujar un mapa hace falta un lápiz, para dibujar tu trayecto con un lápiz te hace falta un gran papel, para poder llenar de trazos un gran papel te hacen falta ideas y no palabras, para generar ideas te hace falta dar pasos, para dar pasos hace falta desequilibrarse.
El Movimiento Letrista se desarrolló alrededor de los años 50. Su rechazo a la palabra y su vuelta a la esencia, al mínimo elemento, la letra, hace pensar en el deseo y la necesidad que tenían de empezar de nuevo tras la II Guerra Mundial. Si lo que hemos hecho hasta ahora nos ha llevado hasta aquí es urgente hacer tabula rasa, pensarían. Isodore Isou en su manifiesto letrista escribe: “el habla se resiste a la efervescencia”. Y pienso en todo el espacio que ocupa la palabra en los espacios formativos, palabras que creemos que están cargadas de sentido, pero que nos cargan los sentidos.
Al inicio de un curso, comunicamos a las participantes todas nuestras buenas intenciones y deseos, decimos que queremos escucharles, que usaremos metodologías activas, que ellas son las protagonistas, nos mostramos cercanas, les decimos la secuencia de unidades, los contenidos que van a aprender, ¿no creéis que matamos así la efervescencia?
El paso que falta por dar, debe nacer de la incertidumbre y del riesgo. Quizás el paso que faltó por dar en el taller fue quedar el domingo fuera de toda previsión para llevar a cabo los prototipos que los grupos hicieron y no quedarnos con la idea de que eso hubiera sido lo ideal y convertirlo en lo imposible. Caminar juntas más, podría haber sido efervescente.
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Somos conservadoras por naturaleza, las infinitas posibilidades que nos rodean tienden a limitarse por nuestras costumbres. “El ser humano no puede ver a su alrededor más que su rostro, todo le habla de sí mismo” decía Marx. Guy Debord reflexionaba sobre los riesgos de que en una deriva los primeros atractivos psicogeográficos, nos fijen y volvamos a ellos una y otra vez sin descubrir nada más. Es decir, como decía Marx, siempre corremos el riesgo de no ver más allá de nuestras narices, de llegar una y otra vez a los mismos sitios y callejones sin salida.
La cuestión del caminar como estrategia de aprendizaje es atractiva, suena bien y está bastante de moda. Realmente puede ser una práctica que plantee una relación subversiva con la vida cotidiana en la escuela capitalista contemporánea, como la entendían los situacionistas. Dejar de ser meras y pasivas espectadoras y ser capaces de modular aquello que vemos y nos sacude. Aunque siempre estamos a un pasito de convertir el despertar de una nueva forma de ser y estar, en una receta de comida rápida sobre cómo hacer sin tener que ser y estar. Después de este taller, ¿cómo harías que el caminar sea la receta metodológica más elaborada que conoces? Busco en Google cuál es la receta de cocina que más tiempo de elaboración conlleva y sólo me aparecen entradas como “recetas para cocinar un día y comer varios”, “5 comidas en 1 hora”, “recetas fáciles y con pocos ingredientes”, “recetas fáciles y ricas para gente con poco tiempo”. Parece que la metáfora se complica, ya no tenemos referentes de cocciones a fuego lento.
Los situacionistas podían irse varios días a la deriva por París, comiendo, paseando y durmiendo en los sitios más insospechados. Y me viene a la mente uno de los tantos vídeos que Eugenio Monesma grabó en los años 90 y que ahora está subiendo a Youtube. Grabó muchos oficios antiguos que se han ido perdiendo y que forman parte de nuestra historia, oficios basados en la atención, en la cocción a fuego lento, en el perfeccionamiento de una acción, en la supervivencia y la conciencia de ser parte de una tierra. Prácticas que ahora me parecen brutalmente subversivas y que llevadas al terreno de lo social y educativo podrían servir de inspiración para convertirnos en maestras artesanas subversivas en la escuela, que rompen con la inmediatez y el apego a las palabras. ¿Caminamos?
Texto de Estefanía García
Collage de imágenes realizadas por las participantes y Enrique Escorza